Mi petit sonríe como la virgen nuestra señora de fatima y la primera raya.
Mi petit es un gancho mortal que te parte al medio si se le cruzan los cables. Estoy a disposición de lo que quiera porque la quiero desde el primer instante que supe que era de miel, nueces y berenjenas a la milanesa rellenas de jamón ibérico y queso parmesano y con unos segundos al microondas ella te hace la tijereta con las piernas y te parte los huevos.
Por eso las caricias como locas mariposean todas a sus lenguas con sus higueras para irse colgando en sus diferentes personas, pero al final todo vuelve a su crema de puerros, pierde la noción de donde viene y de la familia, solo compañeros de trabajo -nada más-.
Despacito se desnuda en su espalda llena de mapas de asaltantes, varones, dobles, caballos, camiones,curtidoras de hongos, diablos verdes, líneas maginot y patos incinerados en Ankara.
Sus ojos enfermos, los muertos de su risa empujada por su lengua de piraña, su caída de ojos moribundos colgando en la fila rumbo a los violadores y campeones del mundo.
Me encantan todos los ataúdes de su neceser para salir de picnic y terminar entre las cloacas abrazados como dos seres vacíos, huecos con olor a estofado.
No olvidarnos jamás de su forma de bailar danza armenia y candombe,
hasta que se pudre, empieza a doblar la boca y la nariz y ve todo borroso, me pide una aspirina y que quiere dormir. Me gusta cuando me mira con la vela, su sonrisa de cera y cuando sale del lago y se tira en la red, pone el despertador y me pide por favor que me vaya para siempre.
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