La embalsamadora lo recibió en el living-deck-room-nigth-clube de su porsche.
Apenas asomó su perinola se avivó el avivadero de las damiselas vivas que empezaron a desearse entre los saques de ayudas para seguir conversando sobre huelles perdidos, sobre si tenés frío, sobre premios ayudados, sobre sus nalgas llenas de queso, sobre el olor a mierda, sobre el olor a bizcocho de la noche.
Ella estaba todavía empapada desde hace tres días de champagne con las piernas que lo buscaban como feroces muñecas de alpillera y fue para el baño donde se embalsamaria unos tiros con rapidez como si fuera la última vez que se masturbaba por no verla al levantarse entre las familias enteras de caricias eléctricas por su cuello embadurnado de babas borrachas que se ponen melancólicas y enseguida vuelve, siempre vuelve, siempre aparece con la podadora para cortarlo en pedazos y mandarlo en una caja de zapatos a su amante y a pesar de todo, sigue colaborando con este panqueque y la lluvia le sigue mostrando la casa, el tiempo con los puntos de las tetas, le silban a la lluvia los pezones rodeados por el hilo negro y la tos que es la dueña de la pelota pará su partido con los lobos marinos, salen a buscarte y nadie sabe hasta cuando, me parece que ella se lo pone en la boca y lo empieza a chupar, lo empieza a lamer hasta que el se convierte en un dátil.
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