Me encantaría verlos ahora, en cinco minutos, verlos volar de la torre como un cuerpo de baile para piano y redoblante, viéndo la tarde que viene en biciclet con su niño de cuatro años experto en robo de blindados y ustedes preciosuras eternas sin dormir vienen a besarle su soledad a la casa en el aire y a darle color, ha hacerle Reiki, a intercambiar masturbaciones y a pedirle que le tire imprenta, ha decirle de su loco amor ya instalado en el corazón afeitándose lentamente las canillas y reconociéndo la calle.
Los iba rejuntando entre las fotos y los huecos que de tanto en tanto asoman su nariz igual a la de su padre y como le fue en Rio amor mío?, preguntan los lecheros, como poder volar ahora mismo entre la luz que dejó como un cesto lleno de disminuidos afectos en el último beso en el hall del aeropuerto y ahora, que no sabe como pudistes y no se puede explicar, no viste nada y se nota que nó es porqué están esperando verle otra vez y preguntarle por su vida y recordar poesías vivas que se van a leer o a desintegrar entre los versos y los espejos, se van a colgar con nosotros junto a la habitación del mundo entre los abismos secretos que arrastra el exterior lejano de otro ser allá lejos, en mil pedazos, lejos de los farsantes, de las jentuzas, de las falsas sonrisas. Felices Fiestas, Martes próximo a las tres de la tarde de los nervios con no se quién es, ni quién soy, ni que estoy pintando y que estoy haciendo, que no tiene nada que relacione con escribir algo sobre las ganas que tengo de verlos y nada que ver con todo este olor a perro de estas palabras, entre otras razones obvias sobre esta telescópica soledad por decirlo de alguna forma.
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