Hace tiempo que apareció en las extremidades de un domingo,
detrás de las canteras, en el altillo,
entre los transparentes, entre los radiantes
pedales del encanto de su ejercicio de argollas,
para sus familiares y amigos marcando caderas, amalgamas
y bien Papá y Mamá y la Madrina dicen que es lógico que lo extrañen
en el Boulevard, por su cara de bueno, sus ojos de perro, su largavista
y la carpintería, los muebles y las verdades del salón arrojando
el humo azul de esa elegancia y el encanto como un sueño.
Y entre los salones y los mundos el niño se transforma,
empieza la facultad, es un hábil declarante, un despliegue de misiles,
una bestia, un caballo, es como la cocaína, está que se parte,
una masita, un beso en la panza,
cosas de veterinarios, de asaltantes frustrados,
de infiltrados, de especiales oficios con otros horarios
ya grandes y salen de la oscuridad observando a los niños
que duermen entre lobos marinos encantados por las fotos.
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